12 de junio de 2011

Estanques

Lo cercano también puede ser mítico y legendario. No hace falta viajar lejos ni fantasear para conmovernos o para tratar de aproximarnos a esos caminos siempre misteriosos por los que transitan las emociones. Cualquier detalle, un gesto, una piedra de formas imposibles, el color de la mañana o una mirada en la que parece que reconocemos un tiempo remoto nos pueden aproximar a la belleza. Lo bello no es bello hasta que no sabemos mirarlo. Lo que nos dicen que es belleza es muchas veces una impostura, el lugar exacto en el que debemos hacernos la foto para que luego los otros vean que estuvimos delante de esa catedral o de ese monumento que llevamos viendo toda la vida en las enciclopedias de arte. El verdadero artista es el que rebusca en los lugares imposibles, primero dentro de sí mismo, y luego tratando de dar con el ánima de los objetos y de los paisajes aparentemente intrascendentes. El arte está en cada uno de nosotros, en la capacidad que tengamos de posar nuestra mirada donde la mayoría pasa lastimosamente de largo. Si no nos esforzamos en encontrar esa belleza, la vida se termina convirtiendo en una sucesión de paisajes monótonos por la que uno transita como un autómata incapaz de apreciar lo más sagrado.

Todo esto que escribo ha surgido tras asistir a la exposición de Marisa Culatto en la galería Saro León de Las Palmas de Gran Canaria. La artista nos muestra a través de su cámara muchos de esos estanques ante los que ni siquiera detenemos la mirada cuando nos adentramos en los campos de la isla. Lo sombrío y lo luminoso, lo sublime y lo tétrico, se nos aparece en las aguas oscuras, con chiribitas de caminos verdes intransitables, con paredes desconchadas que han ido pintando el tiempo y la intemperie hasta crear formas casi imposibles. Cuando nos asomamos a un estanque nos estamos alongando hacia el vacío, reconocemos aquellas historias que nos contaron de niños, el agua que te chupa hasta el fondo oscuro, las algas que te atrapan y ese miedo atávico que sentimos cada vez que nos encontramos frente a frente con el abismo. Las fotografías que expone Marisa Culatto nos presentan esos miedos, pero también todo lo hermoso que hay más allá de los temores, la melancolía de un fondo que ha perdido el agua y aparece convertido en una pequeña selva encerrada dentro de sí misma. Recuerdo jugar de niño en esos estanques vacíos. Aún retumba en mis oídos la celebración de los goles que marcábamos tras sortear los desniveles. Sacabas de centro y el eco aún parecía que resonaba por todas partes. Yo creo que sigue allí dentro cantando nuestra felicidad pasajera. Mirando los estanques de la exposición regresas a todos esos estanques olvidados. Eran realmente bellos. Sólo hacía falta que alguien viniera alguna vez a recordártelo.

No hay comentarios: